Olimpio Cotillo Caballero (OCoCa), hombre de acendrada vocación por el periodismo, maestro porque así lo quiso el destino y autor de títulos como “Poemas de esperanza” (1961), “Alabado sea el Amor” “Tiro al Bull” y “Cuentos Fantásticos con Alma Humana” (2004) y “¿Esas campanas doblan por mí?” (2007) nos abrió el maravilloso libro de sus recuerdos para narrarnos de manera sencilla los hechos que le tocó vivir durante el gran terremoto que azotó brutalmente a la ciudad de Huarás, el 30 de mayo de 1970. Aquí su testimonio.
“Mi paso en el sismo del 70 es un poco trágico-cómico, porque el 29 de mayo festejábamos el primer año de nacimiento de mi hijita y el primero de junio es el santo de mi esposa; entonces, dijimos vamos a juntar las dos festividades y lo hacemos el 30, que era un sábado. Vivíamos por aquel entonces en el Jr. Sucre 622, en el segundo piso de la casa del Padre Mosquera que habíamos alquilado, no ocupamos mi propia casa en Ayacucho 433, que era la casa paterna, porque no queríamos incomodar a mi señora madre que era muy anciana, entonces lo hicimos en la casa alquilada del Jr. Sucre; ahí nos amanecimos, la fiesta muy linda, familiar; yo había tomado tanto que llevé a mi señora suegra a su casa que estaba frente al cementerio y con Virgilio Hurtado, que es sobreviviente también.
Al regresar nos metimos al Jr. Sucre al local de la Sociedad Union Obreros en el
que también había una fiesta popular, encontramos varios amigos con quienes
estuvimos hasta las 07 de la mañana en que me fui a casa, donde me quede
profundamente dormido. A las 12 del día mi esposa me despierta y me dice, oye
Olimpio toma tu desayuno, yo estaba totalmente desganado, me lo trajo a la cama,
probé algunos bocadillos y me puse a dormir de nuevo. Mas o menos a las 03 de
la tarde se presentaron los familiares, estaban allí en lo que
acostumbramos a decir “el curacabeza”,
haciendo bulla, jolgorio, risa, inclusive pusieron música y me exigían que me
levantara para acompañarles, pero estaba sin ánimos.
Pasaron unos minutos y comenzó
el sismo cuando yo estaba durmiendo, me desperté, me paré en el dintel de la
habitación, inclusive dije, de repente en algo voy aliviar que se caiga esta
casa, puse los hombros y quería sostenerla para que no se caiga, en ese momento
escuché la voz de la dueña de casa, que era tía de mi esposa, anunciando que a
su hermano el cantor le había caído una pared de la parte posterior, siguieron
gritando en el primer piso, al padre Mosquera le había tapado unas maderas
también; y en ese momento se presentó mi sobrino Fernando y por la ventana
diciéndome ¿Tío estas bien? Sí, le dije, ¿Y tu Tía? Están abajo en el primer
piso. Ellos habían querido escaparse para salir al Jr. Sucre y cinco personas
se salvaron en un metro cuadrado antes de salir, porque si salían la casa de
los Infante los hubiera machucado, en ese lugar se salvaron y a la muchacha que
teníamos, un adobe le había partido el pie en dos y con todo eso mi señora sube
descalza pidiéndome sus zapatos, yo he buscado, pero estaba tan aturdido y el
polvo era tan espeso que agarré un par de zapatos y le di,recién me di cuenta
que eran míos cuando me lo dijo, entonces ella misma los buscó hasta encontrarlos
y se los puso.
Abajo la tía empezó a gritar “salven a tu tío, salven a tu tío”,
entonces mi sobrino y yo hemos bajado al Jr. Sucre que era un zaguán inmenso,
entonces hemos agarrado una viga y con eso hemos golpeado varias veces hasta
que lo hemos logrado abrir, instante en que el polvo salió pero como si saliera
de un volcán, hemos penetrado y hemos encontrado al padre Mosquera con palos
hasta la altura del cuello, hemos penado al sacar toda la madera y cuando ha
estado hasta la altura, más o menos, de la rodilla se presenta un sobrino de la
tía y le dice “tía, Huaraz no hay”, entonces es cuando recién reaccioné y dije
“¿Qué, Huaraz no hay?” y me pregunté por mi familia, mis hermanos. Y cuando
salimos de allí los escombros eran inmensos, salimos por el Jr. Buenos Aires,
encontramos a la familia Olaza, al profesor Jordan, en el puquio de Casa Santa.
Cuál sería mi sorpresa que mi hermana bajaba empapada en llanto porque su
esposo y su hijita menor Pilarcita, habían muerto, ya lo habían sacado
inclusive los vecinos; teníamos una vecina que se llamaba Dolora, sacó un cirio
pero totalmente roto y dijo “vamos estar velando con esto” y lo pusimos, y lo
prendimos. En momentos cuando ya estaba más tranquilo y el polvo seguía en todo el
ambiente, la gente bajaba de Pedregal: “agua por favor agua”, entonces a mi
sobrino le digo “Oye Fernando, aquí hay una manguera con la que riega tu tía su
jardín, agarra de un extremo con un tazón y yo voy a soplar del otro lado para
ver si hay agua” y, en efecto, casi lo llena el tazón, a todos los que pasaban
y a toda mi familia les dimos una bocadita de agua, calmando con eso esa
tremenda sed que teníamos.
FUENTE: Terremotos en la historia del Perú |
Todo el mundo pensaba en salvar la vida de las personas,
pero nosotros, mi sobrino Fernando y yo dijimos, dónde vamos dormir, qué van a
comer nuestras criaturas, teníamos sobrinitos muy niños, entonces, nos fuimos a
la casa de mis suegra y de ahí sacamos un saco de papa… y lo llevamos hasta el
campamento que lo improvisamos en una huerta que teníamos junto a lo que era el
Recreo Arévalo; ahí permanecimos, hicimos un ruedo de maderas viejas de las
casas y a todos los niño y los ancianos,
a mi mamá a los vecinos, a todos los
pusimos al centro y todo el contorno lo prendimos para menguar el intenso frío.
A cada cierto tiempo había réplicas del
sismo y todo el mundo se sobrecogía y comenzaba a rezar, a llorar, y de Huaraz,
no se veía absolutamente nada porque el polvo lo cubría.
La lluvia demoró bastante. Fue un 18 de junio que llovió
a cántaros. Nosotros habíamos puesto una madera larga, un tablón, y encima
pusimos las sábanas que nos cubrían como techo y ahí sentaditos dormíamos; a mi
hija yo la tenía cargadita, a mi hija que había cumplido un año. El agua pasaba
por la tela. Al día siguiente dijimos, vamos a pedir, porque al otro extremo
del Río Quillcay, hacia el lado norte, habían instalado cualquier cantidad de
carpas, el 18 de junio; pero del Río Quillcay hacia el sur no querían instalar,
decían no, aquí no instalamos, aquí se va amurallar para que se haga como una
muestra de lo que es capaz la naturaleza; pensaban que Huaraz se iba quedar
así, una pampa, puro escombro; entonces, nosotros tercos nos quedamos en
nuestro lugar, en nuestra propiedad, junto al Recreo Arévalo donde teníamos una
chacra. Entonces hicimos un letrero: rompimos una sábana lo cocimos con fibra
de penca e hicimos una pancarta y dijimos “amanecimos en la lluvia, necesitamos
carpas”. Aquel entonces el Director Regional de Educación era el profesor (…) nos
obligaba ir y a firmar nuestra asistencia a los profesores que habíamos
sobrevivido, entonces dije, voy a firmar mi asistencia y pedir permiso para
acompañarle en la marcha, aproximadamente unos 15 muchachos, más otros vecinos
salieron con su pancarta por Villón dándose la vuelta por Tarapacá y allí un
patrullero los agarró y les habían dicho ¿quiénes quieren hablar con el Jefe
Militar? Porque no había Prefecto; se ofrecieron tres, Fernando, Mario y
Carlos, mis sobrinos, subieron al patrullero y en vez de llevarles a hablar con
el Jefe Militar se los llevaron a Anta, los cargaron en el helicóptero, les
pusieron marrocas en las manos y los llevaron como a los peores delincuentes,
sólo por pedir carpas para los sobrevivientes.(…)”
Escrito por Franklin Angeles Zambrano
Huarás - Perú
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