El reconocido escritor huarasino
Marcos Yauri Montero, autor de títulos como La
sal amarga de la tierra, En otoño,
después de mil años, Así que pasen los años, El
misterio de la calle Loreto, Cuando la risa es fiesta, El regreso del paraíso, El
hombre de la gabardina, María Colón, entre otros, fue distinguido hoy (viernes 13 de setiembre de 2013) con el grado de Doctor
Honoris Causa por la Universidad
Nacional Santiago Antúnez de Mayolo.
Escritor Marcos Yauri Montero reciebiendo la distinción de manos de Guillermo Gomero, rector encargado de la UNASAM. / Fotografía: Franklin Angeles Zambrano. |
Ante un auditorio relativamente nutrido,
en su mayoría por estudiantes universitarios, Yauri Montero, previo a leer un discurso preparado y redactado
en hojas blancas de papel bond, recordó que por el ímpetu que tenía, debido a su
juventud, creó y fundó el Grupo Piedra y
Nieve, “que debería ser una tribuna y el comienzo de una lucha para transformar muchas cosas en
Ancash; pero por entonces, Huarás era algo así como una estepa solitaria donde
los viejos escritores habían muerto o ya no escribían más, y no había nadie (…)
Pero quería que me acompañen porque no quería emprender solo, pero al fin y al
cabo, todos se fueron, quedé solo pero no me asusté entendí que deberíamos
luchar solos”.
Sumergido en una espontánea y
profunda meditación, el escritor nacido en Tucuypayoc, dejando de lado el
protocolo verbalizó: “más tarde expliqué mi vida para mí mismo: uno nace sin
que uno de su consentimiento, nadie ha consentido y ha dicho tráiganme aquí,
hay muchas cosas en la vida que uno puede elegir y hay otras muchas que jamás
podremos, y la libertad, en ese sentido, queda olida de por sí”.
Y haciendo lo que mejor hace con
las palabras, presentó su demanda ante la autoridad del auditorio, diciendo: “Los
tiempos pasaron, la edad de oro siempre pasa, la primavera del mundo no es eterna.
Pero hay una cosa que yo debo aclamar, ¿Hay alguien que pueda continuar esta
labor?”, y terminar con una extraordinaria metáfora, “nadie ha venido a
quedarse en la tierra, el canto del cisne
se acerca, cantará el cisne y llegará el silencio total (…) Yo quisiera que
alguien continúe la labor de interpretar los textos míticos”.
Sin embargo, Marcos Yauri, tenía
preparado un discurso para esta ocasión y tenía que leerlo, pero aclarando que “daré
mi discurso, aun cuando nunca amo los discursos”.
DISCURSO DEL DOCTOR HONORIS CAUSA
Desde que empecé a escribir,
siempre me es difícil poner la primera palabra. Pero ningún miedo ha sido tan
terrible como el que he sentido cuando quise escribir el texto para esta
ceremonia. Pero hay momentos en la vida en que se dan casualidades milagrosas.
Esa casualidad vino de lejos con un texto escrito por una joven lectora de mis novelas,
estudiante universitaria, tituladlo: “¿Dónde
están las casas que me amaron?” Formalmente esta frase es el título del último
capitulo de mi novela: Eurídice, el amor.
Su autora es Ana Maria Martins Oliveira, estudiante de Literatura de la
Universidad Federal de Minas Gerais, de Brasil. Es una ponencia con la que
participó en un conversatorio entre escritores peruanos y brasileños realizado
en Lima en febrero del 2011, en el Centro de Estudios Literarios Antonio
Cornejo Polar.
La casa amada por mi es Huarás.
Ella es la historia y memoria colectiva del pueblo al que pertenezco. A Huarás,
aparte de deberle la vida, le debo las lenguas que me transmitieron su cultura,
materiales con las que he construido mis universos. Soy hablante de quechua y
castellano. Jamás podré saber, con exactitud, con que lengua comencé hablar y
nombrar al mundo. Ese Huarás del primer cuarto del siglo XX en que nací, en una
antigua heredad que perteneció a mi familia paterna desde el siglo XIX y cuyo
nombre es Tucuypayoc, en la campiña del costado oriental de la ciudad.
El Huarás de ese tiempo era una
ciudad pequeña y económicamente pobre, poblada por contadas familias
ligeramente ricas y por una mayoría matizada por una leve y aguda carencia de
recursos. Las primeras acusaban un estilo de vida que reproducía pálidamente
gustos finos, asumiendo un acercamiento a la cultura occidental que llegaba tamizada
por Lima, el centro de la vida nacional. De tal modo que, aparte de amar una
vida ligeramente muelle, le agradaba poseer muebles venidos de Europa (sillas
vienesas, espejos art nowveau, catres
bávaros), libros, ropa, así como también le encantaba la música que les indujo
a importar pianos de los que había varias decenas en la ciudad. Pese a esta
afición ese mundo tuvo poco empeño para sentirse poseído por esa forma cultural
y tener una capacidad de creación. Los huarasinos, de ese tiempo, eran casi
todos bilingües, así fueran del mundo de arriba o de abajo o del intermedio.
Ese universo tranquilo, con cesuras sociales, con sus habitantes unificados por
el quechua y el castellano fue al que mis ojos se abrieron. Soy pues, un
huarasino que vive la realidad como una totalidad múltiple, con puertas que se abrían
y cerraban, pero que no estuvieron jamás selladas. Mi Vida ha bebido de modo
permanente del campo y de la ciudad, del quechua y del castellano, de los de
arriba y de los abajo, de los blancos y de los indios, de los felices y de los
vencidos. Yo he entrado y salido de esos mundos, sin perder nada, sino ganando
muchísimo. En toda esta aventura he sido y continúo siendo un nómada y un solitario.
He echado raíces en diferentes espacios en ese ir y venir, sin disfrutar de la
presencia de alguien que hubiera querido acompañarme. En suma soy un rizoma.
Soy un Ulises andino para quien los que le amaron soñaron las glorias de la
altura, de la fama y el poder, y quienes no lo amaron le desearon el extravío,
la confusión y el olvido para que no arribara a ninguna parte. Al final de la
aventura, ese Ulises a todos ha decepcionado, pues no ha llegado a la fama,
tampoco se quedó congelado en el punto de partida, renunciando al peregrinaje.
Habito en el quechua y salgo de sus dominios para entrar en el castellano.
Pienso en quechua y escribo en castellano. Me duele no haber podido escribir en
quechua lo que he pensado en castellano. De este modo y porque cada lengua siendo
el soporte y repositorio de una cultura, cada una me ha alimentado y cada una
me ha insinuado a abrir otros mundos contenidos en otras culturas, por cuanto
para felicidad de todos, el mundo andino nunca ha sido un espacio físico, un universo
cultural ni cercado ni cerrado, sino ha sido siempre un espacio, un alma, una
cultura abiertos a todos los vientos del tiempo y del universo. Soy pues, como
todos, fruto de un mundo mestizo, de amalgamas, de mezclas sin fin, y por esto
mismo en mi espíritu, en mi palabra, en mi obra, no anida ningún
fundamentalismo como tampoco ningún etnocentrismo, ni afán reduccionista.
En agosto de 1956 a mi retorno a
Huaras, luego de mi iniciación en la enseñanza en la cálida ciudad norteña de
Sullana, en Piura, a la que fui por amor a la tierra de mi abuelo materno, fundé
el Grupo Piedra y Nieve, en medio de una gran soledad donde la literatura
padecía letargo, debido a que sus cultores teñidos de regionalismo y costumbrismo
habían migrado a Lima o estaban muertos y sus escasos sobrevivientes habían
dejado de escribir. A nivel mundial la Guerra Fría enturbiaba la existencia y
se intensificaban las luchas anticoloniales. En el plano nacional y continental
se condenaba las dictaduras, se luchaba enconadamente por la reforma agraria y
la nacionalización del petróleo. La juventud universitaria bregaba por las
reivindicaciones sociales y la modernización de la Universidad Peruana. Piedra y Nieve expresó su pensamiento en
un manifiesto de cuya redacción me hice responsable. Sus puntos neurálgicos
fueron: 1) Recuso a la literatura indigenista por su conservadurismo y su
renuencia a observar los cambios sociales, pregonando una visión multiétnica y
multicultural del Perú y América Latina, 2) Piedra
y Nieve entendía que la cultura y por ende la literatura poseen una raíz anclada
en un lugar y una época, en una cultura y una sociedad, en una historia y su memoria,
de tal modo que el hombre por la capacidad que ha obtenido merced a ese
fenómeno, sin perder su identidad es libre para abrir su alma a otras culturas,
a otras almas.
Piedra y Nieve, como grupo no pudo subsistir porque en su seno no
hubo ni fue posible que existiera univocidad, por la diferencia generacional,
el manejo de la cultura y el ejercicio profesional. Su fundador, de modo real
estuvo solo. Fiel a los principios esbozados en el manifiesto inicié, pese a la
soledad, una labor cuya meta era entender el mundo que ancestralmente nos
pertenece y entendernos a sí mismos. Para lograr este objetivo uso la enseñanza
como cátedra, y se inició en el peregrinaje a través de muchas rutas, la
literatura, la investigación etnohistórica, la historia y las diversas formas
de la creación literaria. Por estas rutas quiso llegar al Ancash viviente y
profundo. Por eso escribí poesía, novela, cuento, ensayo, historia y cientos de
artículos que fueron publicados por el decano de la prensa ancashina El
Departamento, cuyo director Don Ernesto Salazar que pese a ser el puntal del
conservadurismo; tendencia a la que yo combatía, me abrió las páginas del
diario para el que escribí hasta 1970. Continué lo iniciado aun siendo
estudiante de secundaria, el rescate del Ancash milenario vivo en la voz de la
gente popular, de los campesinos y vencidos, de los marginados y perseguidos, en
una época en que las ciencias sociales no estaban desarrolladas en
Latinoamérica y en nuestras universidades los intelectuales recién empezaban a
usar sus primeros pañales. El fruto de esta tarea me empujó a producir estudios
interpretando el mundo que encierran los relatos orales, vale decir para descubrir
nuestra cultura nativa que vivía de manera soterrada o clandestina como aun en
nuestros días debido a que aún no surgen en nuestros predios otros estudiosos.
La no existencia, en aquel tiempo de teorías y metodologías, me indujo a crear
mis propias herramientas de trabajo que fueron enriqueciéndose con los aportes
de la ciencia moderna. Así nacieron mis libros en los que se conjugan la
literatura, la historia, la etnohistoria, la psicología, la etnología y
antropología, aun la filosofía y el psicoanálisis, en una permanente inter y transdisciplinariedad.
En este trabajo donde se cruzan variados elementos he llegado a verificar la condición
mestiza e hibrida de nuestra cultura, en cuyo entresijo el mundo quechua y
castellano, el campo y la ciudad, la cultura alta y popular, la cultura universal
y nacional se han cruzado produciendo mezclas y amalgamas, resemantizaciones y sincretismos
sin generar procesos con un afán de exclusión. Las culturas vencidas,
marginadas o dominadas, como así las llaman los especialistas, nunca han sido
tales en un nivel absoluto, porque en un momento de la historia en que
parecieron desvanecerse o desaparecer, se cogieron de lo que se despedía para
luego mezclarse con lo nuevo, para crear otra cultura. Cultura nueva donde se
esfuman los límites de la endógeno y exógeno, que existe con un nuevo
imaginario y sensibilidad.
Aquí debo silenciar mi voz. Pero
debo expresar que somos hijos de una patria antigua. Cada parte de esta patria
al enfrentar la historia ha creado mundos ancestralmente iguales, pero variados
en su presentación. Me siento feliz de haber nacido en esta tierra en cuyo
imaginario, en el mas allá tiene el Jatun Mayu que en nuestro suelo está
representado por el Rio Santa. El Jatun Mayu no es un rio de sangre, sino un
rio de aguas cristalinas y profundas, en cuyas orillas florecenlos kantus y las
keñuas, y bajo cuyas sombras duermen perros que cuando hayamos muerto nos harán
cruzar las aguas para acceder al paraíso que siendo cristiano ya no es tal,
sino ha sido quechuizado; adonde los niños indios al morir se van directamente
volando portando toda la flora andina para cultivarla en los jardines del Señor,
donde a la música gregoriana y barroca europea se han sumado las melodías del
cancionero de la música quechua y popular llevada por el zorro que accedió a
una fiesta a pesar de no haber sido invitado y la que también componen los cóndores
músicos, que son al mismo tiempo tocadores de flauta y danzarines del espacio
celeste.
Me siento feliz y orgulloso de la eternidad de
nuestra cultura, mensaje que leí en mi niñez en casa de mi abuelo paterno, en
un morral de cuero en cuya tapa un artista había bordado el Árbol de la Vida en
medio del edén. Este Árbol jamás morirá porque a cada lado de su tronco, el
artista apostó un puma sonriente que mira de frente, con la cabeza erguida y la
espumosa cola levantada. Estos dioses al alejar las catástrofes, la peste, la
contaminación, el odio, la envidia, perennizan la vida. Amemos y respetemos
esta grandeza. Que nuestra inquietud en nombre de un irreflexivo uso del
realismo maravilloso y de un etnocentrismo conservador de los años veinte del
pasado siglo la estén convirtiendo en un producto folclórico grato al turista o
al historiador, antropólogo o escritor exotista. Estos especímenes, en nosotros
y en nuestra tierra encuentran al buen salvaje y un paraíso arcádico para su
solaz y remedio a su stress. Que occidente no mire al Perú y a América Latina
como el otro diferente a ser civilizado. Que occidente deje de mirarnos como su
casa de campo en un mundo al que pretende conservarlo en ese estado hasta el infinito
para sus paseos, negándole el desarrollo manejando muchas formas de dominación.