El discurso antes del discurso de Marcos Yauri Montero

Éstas son las palabras que Marcos Yauri Montero dijo antes de leer su discurso formal en la ceremonia de distinción con el grado de Doctor Honoris Causa, otorgada por la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo (UNASAM), el pasado 13 de setiembre de 2013. Y entre tantos recuerdos, reflexiones y exhortaciones, anunció su nueva novela que se titula sencillamente Memorias de un Caballo.

Marcos Yauri Montero. / Fotografía:Franklin Angeles Zambrano.
“Distinguido público, señoras y señores. En realidad no sé cómo podría empezar hablar en este momento solemne y emocionante para mí. Ayer escuché con mucha atención, como hoy, a nuestros amigos y colegas, al doctor segundo Castro García, a Carlos Toledo, al gran amigo Alejandro Mautino, y hoy, al gran amigo Macedonio Villafán. Cuando ayer escuché que se hizo referencia a mi poemario “El mar la lluvia y ella” recordé de inmediato el Huarás de antes de 1970; por entonces yo era un joven de 23 años, hoy tengo 84. En ese tiempo yo vivía en un lugar que para mí es inolvidable, en quechua el nombre era Capulí cuchu, el crucero de la calle 06 de agosto y Simón Bolívar, allí había una casa enorme de una familia Villacaqui, nadie quería rentar esas habitaciones, pero yo la renté y allí tuve mi apartamento; yo le puse el nombre de La esquina del cerezo. Capulí traducido al castellano es el cerezo peruano, y la palabra cuchu, esquina, en consecuencia convertí ese lugar  en la ficción que para mí solo valía, La esquina del cerezo. Allí viví entre pinturas de Humberto Chávez Bayona, entre libros que compraba incasablemente, entre flores que había en el patio con muchas berenjenas  y muchos limones; por la radio escuchaba los conciertos de Nueva York, me emocionaba cada instante cuando el director Jack Singer conducía con calor inimaginable la ejecución de El Príncipe Igor, yo me sentía vivir entre tambores y sables en un campamento itinerante rumbo a una invasión, (…) Cantando bajo la lluvia. La lluvia era el gran encanto de mi vida, oía día y noche llover, el golpe en los tejados, el viento que movía las berenjenas, y sentía una angustia que nunca podré explicar, angustia a pesar de estar en mi tierra, pero al mismo tiempo sentirme como si no estuviera, como si hubiera venido de un mundo desconocido y me hubiera afincado aquí y era mi barrio La Soledad. Había gente a quienes yo quería mucho y gente que me quería también bastante. Recuerdo al poeta, el más viejito de todos, Agustín Loli, que vivía en una quinta hermosa llena de flores y que almorzaba o cenaba en una glorieta, al lado estaba la casa de mi gran amigo Manuel Reina Loli, una casa antigua que tenía un parque  con una pileta que era el remedo de la vieja plaza de armas, y ahí nos sacábamos los ojos porque discutíamos desde posiciones diversas, el siempre desde un punto de vista casi conservador y yo como la antípoda de esa posición; porque cuando llegué a Huarás a esa edad, venía con un ímpetu semisalvaje de querer cambiar muchas cosas y querer luchar aun cuando después la lucha no llegaría a ninguna parte, porque una sola persona es imposible que pueda combatir contra el mundo. Y en la calle Bolívar, calle musical, donde había picanterías, chicherías, los borrachitos que venían los domingos, los danzantes de las fiestas, las arpas que cantaban, y entre arpas y músicas, una casa con un empedrado hermoso. Una cosa que llamó mi atención, y que hasta ahora recuerdo, un teléfono, de esos antiguos, con una caja enorme, instalado bajo un arco entre geranios, era la casa de mi amiga de infancia, que hoy está entre nosotros, la señora Nélida Romero, esposa de mi gran amigo el pintor Revines, a quien he abrazado con una emoción inusitada, porque abrazarla a ella es abrazar a Huarás de aquel tiempo en que mis otros amigos, Jorge Giraldo, su padre don Mariano Giraldo, y en una tienda que quedaba frente a la plazuela, en una tarde tocaron las danzas húngaras con sus violines y yo me sentí tan feliz, tan contento al lado de esa gente que me quería y a la gente que también yo tanto quería. Y la calle grande, la calle por donde desfilaban mis ilusiones y la lluvia que migraba con la música y las fiestas de mayo, lo que yo antes había escuchado, lo que escuché cuando era un pequeño, jamás recordaré con precisión cuando las campesinas en la misa mayor, los domingos, cantaban el Apu Yaya Jesucristo, tenía la sensación de que los muros de la iglesia se desplomarían y que el juicio final estaría a la vuelta de la esquina; una época en que nadie sabía de la reforma agraria ni sabía qué era eso, mas tarde recordaría eso y hoy lo recuerdo; cuando veía la danza de Los Shakshas, ahora me pongo a pensar y era el Taki Onqoy que vino huyendo de los extirpadores de idolatrías de la zona Chancay y de la zona de Ayacucho, el Cautivo, que para mí era entonces algo inexplicable, porque decían que a los seis meses moría El Cautivo, yo quedaba admirado y en mi niñez no podía explicarlo, ¿Por qué podía morir un hombre después de haber danzado en homenaje al Señor? Pero más tarde cuando estudie muchas cosas, cuando de manera autodidacta transité por los dominios de la antropología, la etnología, el sicoanálisis, llegué a entender que era el Taki Onqoy invertido, la vuelta de las huacas para expulsar al dominador, pero aquí no volvía la huaca  prehispánica, volvía la huaca española y esa es la que se moría, ese era El Cautivo y ese era el que se moría castigado por el Señor de la Soledad, que no es solamente el Señor de la Soledad, porque detrás del Señor de la Soledad, subsisten y viven los dioses antiguos del Perú, el dios Wari, el dios caminante, el dios barbudo, el dios que impuso la paz, el dios que enseñó a cultivar la tierra, y según Cieza de León, Pumakayan, el santuario del dios Wari, no como otros han dicho del dios puma, sino del dios Wari. Y frente a eso, los melocotoneros que florecían con el color rosáceo me hacían soñar con imágenes que jamás vi pero que mi imaginación inventaba, nacieron las niñas de leyenda que después se fueron, y se fueron para las praderas, que ¿cómo se habrían ido? Cantando, tirando cintas, disputando, riñendo, nunca lo sabré, o tal vez me siguieron en mi peregrinaje novelesco por diversos lugares del Perú y se murieron en las torrenteras de la ciudad ahogadas por el humo, asustadas del terror de los vidrios, de la basura, de la tecnología, nunca sabré esas cosas; pero el ímpetu que yo tenía debido a mi juventud me llevó a crear y fundar el Grupo Piedra y Nieve que debería ser una tribuna y el comienzo de una lucha para transformar muchas cosas en Ancash, pero por entonces Huarás era algo así como la estepa solitaria donde los viejos escritores se habían muerto o ya no escribían más y no había nadie, entonces, busqué a una amigo viejito que era Agustín Loli, de las generaciones antiguas, que nunca podía haber pensado como yo, pero le llamé para que me acompañara; como quiera Homberto Chávez, que era pintor, y no sé si le gustaba la poesía, no sé si le gustaba la literatura, no sabré, ni hoy mismo lo sabré; llamé a “Pancho” Gonzáles que tampoco estaba seguro de cómo pensaba, pero quería que me acompañen porque no quería emprender solo, y al fin y al cabo, todos se fueron, quedé solo, pero no me asusté, entendí que deberíamos luchar solos; y más tarde, expliqué mi vida para mí mismo: uno nace sin que uno dé su consentimiento, nadie ha consentido ni ha dicho tráiganme aquí, hay muchas cosas en la vida que uno puede elegir y hay muchas cosas que jamás podremos elegir, y la libertad, en ese sentido, queda olida de por sí ¿Quién elige los nombres que uno lleva de por vida? ¿Quién elige el lugar donde uno ha nacido? ¿Quién elegirá el día que va a morir, la fecha y la hora? Jamás, nadie elegirá estas cosas; entonces uno tiene miedo a la misma libertad porque no hay liberta; pero hay una forma de escapar de esta cosa demonizada y terrorífica de la vida, uno mismo tiene que ser padre y madre de uno mismo, encontrar el cobijo que hay en el no lugar y ser algo que uno tiene que ser, eso es el sí, el sí mismo, y yo llegué a ser el sí mismo, y he caminado así solo en la vida, por eso soy un solitario, nadie me ha acompañado, ni hasta hoy en mi peregrinaje por querer entender a Ancash. Si el mundo del mito abunda en nuestra voz popular, la gente toma el mito como algo para reírse o para decir qué bonito, pero jamás ha pensado que detrás de ese mito hay una lógica y una ciencia y una verdad que se explica y una historia que transcurre, y así llegué a estudiar los mitos y tuve que inventar mis herramientas de trabajo porque las ciencias sociales en el Perú recién se iniciaron a partir del los 60, yo empecé a trabajar los años 40, y con el tiempo manejé lo que hoy sofisticadamente llaman los especialistas estructuralismo, semiología y más cosas, y de allí que Laberintos de la Memoria es la reinterpretación de los mitos más importantes de nuestra zona, que siendo de nuestra zona son del Perú, y así nació El Señor de la Soledad más tarde, para entenderme a mí mismo y para entender a mi pueblo, por eso, ese libro es muy complejo pero fácil de leer, porque allí están cada uno de ustedes, nadie está excluido, es el libro de los vencidos, el libro de los que no tuvieron escritura, el libro de las culturas desaparecidas y de los pueblos muertos, pero que vuelve a vivir cuando mi pluma les devolvió la vida; (…)  más tare mi memoria se transformó en escritura y la escritura se tradujo en literatura y así nacieron mis novelas. Si Los Comentarios Reales es el fruto de la memoria, porque el inca escribió recordando, todo es recuerdo en Los Comentarios Reales, y para recordar tuvo que sufrir, porque le hicieron sufrir los españoles, y si no hubiera habido esas frustraciones, tal como dice Alberto Flores Galindo, la frustración nos dio el libro hermoso que hoy es Los Comentarios Reales. Ese recuerdo es que ha guiado en mí mismo para haber escrito lo que he escrito, he escrito más de 20 novelas, más de 16 poemarios, más de 10 libros de ensayo, cientos de artículos, y he escrito en El Comercio, en El Expreso y en La República, ahora no me quieren. Los tiempos pasaron, la edad de oro siempre pasa, la primavera del mundo no es eterna. Pero hay una cosa que yo debo reclamar, ¿hay alguien que pueda continuar esta labor? Porque seamos realistas, nadie ha venido a quedarse en la tierra, el canto del cisne se acerca; cantará el cisne y llegará el silencio total. ¿Alguien continuará lo que ha quedado por hacer, lo que no he podido hacer? (…) Yo no tengo que decidir si voy estar más tiempo o no porque el canto del cisne se acerca y tengo mi último canto del cisne, una novela que he terminado y se titula extrañamente y tal vez puedan reírse, me gustaría que se rían, y se titula Memorias de un Caballo, porque yo me identifiqué tempranamente con un caballo, porque cuando existió Tukuypayok, que no fue una aldea (mi amigo Macedonio se equivoca, nunca fue aldea), Tukuypayok fue de los Yauri, y solamente vivieron los Yauri, y ese tronco se acabó también, ya no hay yauris de mi tronco, ese mundo se acabó y Tukuypayok tampoco existe, está muerto, sus hijos se han ido por muchos sitios. (…) Y así andando el tiempo, cuando se acaba el mundo del cerezo, cuando llega el terremoto, queriendo o no queriendo, tuve que irme, pero viví en campamentos todavía hasta setiembre del 70; formamos 80 comités de defensa, y había una chica de Arequipa, María Elena Cornejo, con ella trabajamos y levantamos los 80 comités; pero me fui y no sé cuál habrá sido el destino de los 80 comités. Mas tarde me encontré con María Elena, estaba en Caretas cuando alguien me engañó diciendo que se había ido a Paris; debe ser una viejita también de 60 años, cuando la conocí tenía 25.
“Yo quisiera que alguien continúe la labor de interpretar los textos míticos porque eso es muy importante. Voy a decirle solo un mito, no peruano, para demostrar que hay que estar en mucha alerta, y esto lo dice Oscar Macchiavello, quien ha escrito un enorme libro muy sofisticado sobre la racionalidad mítica, es el mito de (…) el dios ordenador, igual que Huiracocha, el dios ordenador  de los mesopotámicos, que para ordenar su cultura y su pueblo tuvo que derrotar, después de una lucha tremenda, a los monstros, los encadenó, los despedazó y con los pedazos de los monstros que querían el caos y el desorden creó el mundo, el cielo y la tierra, los astros también, pero aquí viene la axiomatización del mito, cuando se aplica filosofía, el mito no resiste, la verdad del mito no resiste mucho; cuando se le aplica la teoría filosófica del devenir, la respuesta es que ese mundo atado por monstros no durará, los monstros se desatarán y volverán y sembrarán el caos  y el terror. Pero ustedes dirán ¿a qué viene este mito? El Perú vive permanentemente en este ambiente; si nosotros atamos a los monstros que nos gobiernan o nos desgobiernan, pero si cuidamos que nunca se desaten y que nadie los desate, ellos volverán, como siempre vuelven, vuelven a cada rato, pero depende de nosotros que no vuelva el terror ni la injusticia ni la dominación ni la humillación, depende de nuestra cultura, el ciudadano consciente y culto votará por quien debe votar, el inculto votará por aquel que le promete y será espoleado como siempre y entonces el terror volverá, los dioses, esos terroríficos que sembraron el caos, vencerán (…) pero a pesar de que a veces me acompaña cierto pesimismo, yo en esta fecha, 13 de setiembre de 2013, regalo mi pluma para todos aquellos que quieran continuar lo que falta por hacer, así como Ricardo Palma le regaló su pluma a José Gálvez para que continúe su labor de tradicionista, yo, imitándolo, regalo y obsequio mi pluma a toda la juventud, a mis amigos, para que prosigan la labor que jamás ya podré realizar.
“Ahora leeré el discurso, siempre me han dado miedo los discursos”. (Click aquí para leer discurso oficial)