¿Cómo retratar la realidad sin someternos a los
caprichos de una minúscula verborragia y sin caer en la minimización o la exageración?
Esta pregunta ha doblegado más de una vez los intentos por plasmar en palabras
la polícroma y aciaga vida del río Quillcay, que atraviesa la ciudad para
verterse en el Santa.
No imagino las características exactas (del retrato
final). Tal vez sea a todo color, blanco y negro o simplemente termine por
velarse con la imposibilidad de positivarlo; sin embargo, algo tiene que
avistarse en los negativos que se revelan cada vez más ante la parquedad de
nuestra exigua moral, nuestra cultura de vida y el aletargamiento de las soberanas y mesiánicas autoridades.
Un plano de otrora
De hecho, imágenes de un pasado no muy lejano entran
en la memoria: a la una y cuarto de la tarde de un día común a mediados de la
década de los ochentas, en el trayecto del colegio a casa, nunca fue mala idea
contrarrestar el calor, que a esa hora pintaba siempre el infierno acá en
nuestro terrenal mundo, tomando unos cuantos sorbos de agua y empaparnos la
cabeza tirados de panza con las mochilas a un costado. Los viernes, los viernes
siempre había reunión de profesores, actuación con cualquier pretexto o
llanamente se celebraba el natalicio del profesor y no habían clases; entonces,
esos días de fin de semana eran perfectas para practicar nuestras mejores artes
de pesca en los boquerones de desagüe de la piscigranja, descalzos, con las
mochilas a cuestas y los ojos más agudos que durante la solución de un problema
en las clases tan motivadoras y didácticas del profesor de matemáticas. Algunas
señoras, para entonces, todavía acarreaban agua para uso doméstico desde la
misma corriente del Quillcay.
Un plano actual
Cloaca, botadero, desagüe. ¿Acaso hay mejores luces
para pintar los rasgos de un primer plano del Quillcay de hoy? Un acercamiento
de zoom permite un clarísimo plano detalle: toneladas de desmonte, lavaderos de
autos, buses y camiones; aguas servidas
en volúmenes grandes, talleres de mecánica destilando sus mas oscuros
lubricantes, grasas y aceites; un mercado callejero
(La Parada) excretando sus despojos de lunes a domingo. Pero si acercamos
nuestra visión un poquito más con el bendito zoom se reflejan en nuestras
lentes perros hociqueando basura y cazando ratas y ratas comiendo carne y
huesos de perros muertos; algunas gentes orinando al filo de la baranda del
puente Quillcay y otras depositando sus
eses cerca de la disminuida corriente. Mientras tanto algunas lavanderas,
ignorantes o ciegas ante la realidad (porque no hay más ciego que aquel que no
quiera ver), terminan su faena al llegar la tarde incluyendo el “aseo de la cabellera y el baño de un crío”
que durante toda la mañana ha jugado al
chapoteo con absoluta libertad.
De hecho ahora están tirando más desechos desde
algunos de los puentes, si acaso no es desde todos. Es época de estío, así que la corriente es débil en estos días y
su fuerza no es capaz de arrasar con la basura que a cada minuto se acumula:
pañales, latas, envolturas, plásticos, descartables, botellas rotas, ropas
viejas, retazos de tubos, latas, filtros de aceite para autos, llantas, focos y
fluorescentes descompuestos, libros y cuadernos viejos, caca, orines, condones,
restos de medicamentos químicos, cáscara de frutas, verduras y frutas
putrefactas, plumas, viseras y sangre de pollos, pescados en descomposición; ollas viejas,
sartenes, una cocina vieja, la chatarra oxidada de un inservible automóvil,… en
fin, la historia de toda la ciudad.
La realidad a simple vista
Existen un cúmulo de sólidos alegatos (orgánicos e
inorgánicos, turbios y absolutamente negros y aquellos totalmente vomitivos)
para decir, en el intento por plasmar con mayor realismo los crudos contrastes
de sus corrientes, de sus orillas y de esa gran parte a la que las personas
llaman como malecones, que todo el Río Quillcay está hecho mierda.
Rebobinado la película
Siempre he dicho que “tomarse un caldo de gallina junto al puente es buenazo”, y de
hecho no es más que el retrato fiel de la verdad hasta que te das por enterado
que la abnegada señora, quien se gana sus frijoles ofreciendo caldo de huevo y
gallina en plato hondo, a un sol, acarrea agua debajo del puente Quillcay para
fregar todos los utensilios que le sostienen el negocio. Después de todo ahora pienso
que lo mejor, y día tras día buenazo, es husmear la mercadería de los
cachivacheros y los vendedores de libros
piratas que jalan gente con el cuento
de “libros a sol”, ahí nomás, junto al negocio de los caldos de a sol.
Huaraz,
el 27 de agosto de 2007
Escrito cuando se costruía el actual Puente Quillcay.