Los Senderos de Huaraz

Por Francisco GONZALES
Huaraz, es ahora una ciudad decapitada, sin rostro, El cemento ha sustituido al barro y paja, el ladrillo al adobe y los eternits y calaminas a la teja, cálida y colorina; no hay musgos en las casas, ni en los postes y alambres.
Nada casi, casi nada hay del ayer, bucólico, romántico y pintoresco. Es un cromo desteñido y olvidado ver un "chibolito" con su jaula de mora e hirhuá de varios pisos, con el jilguerito llamador. Hasta el pajarillo está triste, no comparte la alegría de su amigo que lo lleva al campo.
Y los senderos en las afueras de la ciudad están totalmente destruidos. Hay en cambio casas, enormes cascarones para oficinas burocráticas con sendos y enormes letreros donde se dice irónicamente lo que no se hace. Las calles y avenidas bien amplias con sus casitas de juguete. Ya no hay patios empedrados, rodeados de columnas. Tampoco suenan las campanas de las iglesias, están dolidas, con eterno luto por la muerte de la ciudad.
Parece increíble.— Huaraz, ahora, con miles de visitantes es una ciudad difícil, donde ha encarecido la vida, pues hasta las moscas han huido por la carestía y la única que me acompaña en la alcoba, la tengo que cuidar, ya no la mato. ¡Pobrecita! no habrá podido volar alto, estará débil y sin fuerza. . .
Se descorre el telón del recuerdo y llegamos a "Mulinupampa" primer paraje a espaldas del histórico morro pre inca de Pumacayán, Los acequiones, el molino de hermosa construcción antigua. El oro de los trigales tendido en enormes jergas está secándose después de haber bañado su rostro para ser gratamente triturado en el molino que gira como la tierra, dándonos la harina y el futuro pan.
Seguimos caminando hacia otro molino por un sendero de zigzag entre pencales, tunas y eucaliptus. Descendemos, se estrecha el camino y por la noche da miedo atravesarlo porque ahí están las "almas en pena" o el "ichic-ollco" para robarse a las lindas chiquillas. Ya estamos bajando entre el aroma de las moras que vamos cogiendo o de las frutillas vigilantes del arroyo que nos guía. Hay flores silvestres. Es una fiesta de color y de alegría. Por fin llegamos al molino que está profundamente escondido, por eso tiene el nombre de "rurimulinu". La dueña es una gordasa que nos recibe las cargas de trigo para molerlo. Pues, en Mulinupampa no había lugar. Pagamos la molienda al molinero, para retornar al día siguiente.
Huaraz, estaba rodeado de molinos y el pan que comíamos era del trigo "barba negra" de las chacras vecinas. No había la famosa "harina del norte" que después invadió cuando al trigo lo liquidó el "polvillo". Se redujeron las cosechas, en tanto la población crecía.
Otro molino quedaba en Auqui, pasando el río Quilcay, hacia el Norte de la ciudad, antes de los hermosos parajes de Nicrupampa y Shancayán, cargados de jardines. También han desaparecido los senderos hacía el rio Paria donde acudíamos para bañarnos en los remansos, llevando fiambres.
Muy malas pasadas nos dio el río,  pues su caudal era peligroso:
El Pedregal hacia el Sur-Este, también tenía caminitos, senderos graciosos para pasear los domingos e ir hasta Tacllán, rumbo a la carretera hacia Lima.

De la Revista Heraldo de Ancash.
Diciembre de 1982.